lunes, 18 de mayo de 2020

La visita


S

ileno era un escritor eximio que hacía danzar las letras como náyades borrachas de placer, las palabras las modulaba en canciones más hermosas que las entonadas por las sirenas de Ulises. Cualquier género literario que jamás se haya imaginado caía bajo el poder de su plectro. Todos los secretos de la escritura creativa le fueron concedidos, y, sin embargo, contravino un código de la mitología universal.

Su obra magna había sido al mismo tiempo un éxito y una maldición que transformó su vida. Tal vez lo impulsó su naturaleza proclive a profetizar el porvenir por medio de las voces que se oían en los bosques.

Lo cierto es que, para lograr la excelsitud de su relato, atestado de acertijos, se valió de conceptos que horadaban el pellejo prohibido de la metafísica. Sileno desplegó en la narración una intrincada trama con un cúmulo de criaturas mitológicas, a quienes les describió sus vilezas y desnudó sus debilidades con el único propósito de exultarla de entresijos que formaban pequeños núcleos dramáticos. Ese atrevimiento significó la transgresión de un estatuto que salvaguardaba las íntimas flaquezas de las bestias que reclamaron la vida del escritor para resarcir el daño.

A Sileno le incordiaba la sentencia de muerte impidiéndole el descanso, de modo que tuvo una ocurrencia que creyó que acabaría de tajo con sus temores; se aisló del mundo y mandose a construir un castillo en uno de los lomos erizados por robles del Olimpo, con un laberinto en el que ni Hefesto o sus hetairas pudieran traspasar. El laberinto de Sileno suponía ser una infranqueable contención que haría trizas la estabilidad emocional y mental de sus cazadores. Constaba de innumerables habitaciones, cada una con puertas idénticas, a las que se accedía por un entramado cual telaraña pétrea de escalones minúsculos que obligaban a subir con cuidado por el riesgo de caer y descoyuntarse las extremidades. Las escaleras zigzagueantes se trenzaban al cruzar las puertas, dirigiendo al invasor hacia el vacío.

En ese lugar la luz achacosa de una candela competía en vano con la penumbra de la habitación, no obstante, era capaz de alumbrar la mesa de trabajo en donde Sileno durante los últimos años, abandonando su prurito intelectual, sometía su obra a las más inexplicables expresiones de la escritura, la había convertido en un palimpsesto que reescribía cada noche para subsanar su error, pero apenas corregía las características de las criaturas, diluía sus esencias hasta convertirlas en seres inefables.

Desde que empezó a escribir ese libro, causante de su soledad al ser abandonado por todos sus familiares y más tarde por el anciano sirviente que le acompañó durante veinte años, supo que algún día vendría a su casa alguna bestia para vengar su honor. Pese a que había confiado en el resguardo del laberinto, un día tres golpes en la puerta derrumbaron ese amparo; anunciaban la presencia de un visitante que no esperaba y menos a esa hora tan temprana.

Dejó de recorrer la vista por las letras tortuosas y la dirigió hacia la puerta, lo primero que le vino a la mente fue preguntarse cuál de todas las entidades de las que escribió había tenido el empaque físico y la argucia mental para recorrer las entrañas del laberinto. Imaginaba que tal vez hubiera sido una Quimera, un Grifo o un Borametz. Todas conocían no sólo el lugar donde vivía sino sus temores y pesadillas más íntimas, pero tal vez no su remordimiento. Sea cual fuese la que estuviera detrás de la puerta, esperaba que le abriera, porque de otra forma no podría entrar.

Soltó el cálamo atiborrado de tinta y ordenó las notas desparpajas sobre la mesa mientras pensaba: “Habrá sido que de alguna remota isla de los mares antárticos habrían enviado a una Youwarkee, mitad mujer y mitad pájaro, con alas de sedoso plumón que se abren cual brazos y al cerrarlas cubren su cuerpo”.

Transcurrieron varios minutos en que el miedo se incubó en todo su cuerpo. Tres nuevos golpes sonaron en la puerta. “No es ella”, pensó el viejo escritor frotando sus manos sudorosas, “es posible que sea una Misna, solo una mitad del cuerpo; su ojo, su mano, y medio corazón”.

Se retractó al escuchar otros tres toques, imaginó que podía ser un Squonks. “Viajan a la hora del crepúsculo para ocultar en la sombra su piel cubierta de verrugas y lunares”. Mas no se atrevió a abrir.

“¿Y si fuera el devorador de las sombras?”, se preguntó al escuchar la insistente llamada, “¿Quién, más que él, con la confianza para visitarme a esta hora del día?” Continuó clavado en la silla sin apartar su mirada de la puerta esperando que todo fuera un desagradable sueño para despertar a la menor oportunidad.

Otros tres golpes en el portón le recordaron que no dormía. “No debo temer si es un cinocéfalo. A ellos solo les interesa desplumar pajarillos, arrancarles la ubre a las vacas, lacerar flores o violar mujeres”.

Pasaron minutos cruciales sin escuchar los quejidos del portón en los que Sileno creyó que su estabilidad mental se desgajaba. “Se fue”. Una sonrisa comenzó a trazarse en su rostro, poco duró la alegría, su boca se torció como tirabuzón hasta quedar en una mueca de espanto.

Los toques aumentaron en cantidad y vigor, el visitante se impacientaba, tendría que abrir, lo esperaba desde la primera frase que escribió. Varios años esperándolo con puertas y ventanas cerradas por si lo sorprendían dormido. “Esa forma de tocar es propia de Baldanders, el que puede transformarse en roble, cerdo, estiércol o flor”.

No fue hasta después de tres golpes más que Sileno emergió de su reducto al levantarse del sillón, con el rostro pálido y el cuerpo tembloroso como si estuviera supeditado a una potestad superior. “¿Abro o me oculto en el sótano?”

Una serie de golpes a dos puños le impulsaron hacia la puerta. El sudor corriéndole por la espalda mojaba su franela de algodón pegándose al cuerpo. “Es un maligno y estúpido troll el que viene a apagar mi vida”, pensó.

Llegó hasta la puerta y con osadía, dispuesto a resistir cualquier impresión, la abrió con la mano derecha apergaminada, mientras con la izquierda detrás de su espalda sujetaba una navaja. Encontró los ojos verdes del visitante. Sin titubear sostuvo por un infinito instante su mirada y sin experimentar temor alguno. De pronto, le vino una lasitud en su ánimo, el impacto emocional fue mayor a lo esperado por su débil corazón, era la más cruel de las criaturas: ¡Un hombre!, fue lo que arrostró Sileno antes desplomarse, en sus últimos estertores observó las enfangadas pezuñas del fauno que solo visitaba a su congénere.

2 comentarios:

  1. Hola, Alberto, pues aquí me tienes de visita por tu visita. Tenía curiosidad después de leerte el gato cuántico. La verdad es que es un derroche de erudición en temas mitológicos, hay animales de esos que no había oído nunca. Aún así, a pesar de toda la información, creo que el tema principal es el suspense junto con la enajenación creciente del protsgonista. Ese suspense que has creado en la mente de una persona atormentada por una meta que parece que se le acerca de forma asintótica. Crear un libro debe de ser un quebradero de cabeza bueno, algo como lo que has plasmado. Que fuera un hombre sí me ha sorprendido, aunque al final, con eso del fauno no me ha quedado claro, aunque puede que mi ignorancia en el tema hable por mî.
    Muy buena lectura, Alberto, me gustó mucho.
    Un abrazo.

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