Paradojas
Aún con todas sus extrañezas y fobias él es el hombre que
amo.
Nuestros primeros contactos fueron por internet, y sí, fue
en ese mundo virtual que encontramos nuestra verdad. A través de ese medio la
distancia nos acercó. Sé que en las redes sociales se disfraza la verdad, pero
nuestra identidad digital era congruente con lo que somos.
Nos contamos generalidades como que él es el hijo primogénito
de un matrimonio humilde que vive en constante incertidumbre en un barrio de narcotraficantes
donde lo único seguro es la inseguridad. Tampoco ocultó su nombre tan peculiar:
Segundo Quebranto y los más importante, nos confesábamos intimidades; me contó
sus temores e ilusiones.
Todo parecía acomodarse conforme a nuestros deseos. Invadidos
de entusiasmo decidimos casarnos. Sabía que Segundo Quebranto sería mi única
felicidad. Quien iba a imaginar que a la hora de estampar nuestras firmas frente
al juez que nos uniría fue los que nos separó. No haberle dicho que mi apellido
era Alegre fue un pequeño detalle de enorme importancia. Una omisión que sumó desconfianza
y mientras más aclaraba más se ensombrecía todo.
Ver el acomodo de nuestros nombres unidos era una expresión paradójica,
era hacerme feliz y desgraciada al mismo tiempo. él me convirtió en la señora Alegre
de Quebranto y nuestros hijos estarían estigmatizados por sus apellidos: Quebranto
Alegre.
Antes de alejarse me miró un instante de esa forma que dura
para siempre en la memoria, porque vi la sonrisa mas triste que he visto en mi
vida.
250 palabras sin título.
Como podrán haber constatado acudo a una fobia inventada, o
eso creo, para asistir a esta convocatoria. La paradoxafobia sería el temor a
las paradojas.