lunes, 26 de septiembre de 2022

 


Agua

 

–!No te culpes amor! No te martirices –le dice para consolarlo mientras con ternura le acaricia la barba sin afeitar.

Él parece no haber oído. Ambos están a la orilla de un estanque natural que sirve de remanso al riachuelo que cruza los linderos del jardín. Él, acuclillado, sigue con la mirada perdida en la profundidad del agua, ella, de rodillas, también la mira, estudia los gestos reflejados de su esposo que se distorsionan con algunas hojas que el viento arroja sobre la superficie cristalina.

No quiere que ella perciba que adiciona más signos de quebranto, pero una lágrima gruesa que rodó su rostro cae formando ondas concéntricas sobre el espejo del agua, con apremio sumerge la mano para borrarlas y también aleja algunas carpas rojas que rutinarias se acercaron a explorar qué había caído.

Ya no puede reprimirse y el sollozo interno le deviene en un llanto escandaloso, ella estira los brazos para rodearlo por el cuello, él la abraza y así lloran juntos por un tiempo prolongado.

Él agradece a su esposa y menciona sentirse mejor, se incorpora y deja caer la muñeca que de tanto estrujarla le alborotó el cabello.

Ofrece a su esposa la mano para ayudarla a incorporarse. Antes de ponerse en pie levanta la muñeca, la aprieta con fuerza hasta lastimarse y la arroja con fuerza hacia el otro extremo del estanque. Al impactarse con el agua rompe la imagen reflejada del columpio roto que cuelga de la bóveda verde de un árbol.

 

 

“Muy sentida es la muerte cuando el padre queda vivo”.

Seneca