El viejo Yuji Hasegawa sujetó el armazón sintético de sus gafas de lentes como catalejos y lo jaló, arrojando hacia atrás la cabeza incrustada en el cuello combo.
Colocó los anteojos entre los papeles y circuitos de la mesa ante él y levantó el índice y pulgar de la diestra abatida por un temblor súbito. Desplazó los dedos hacia los ojos pequeños sumidos en los párpados, y los estrujó dirigiendo los pulpejos hacia el puente de la nariz que no le ha dejado de crecer.
Dos lágrimas impregnadas por la presión se diluyeron en la piel de pergamino, en tanto el anciano contenía un sollozo que le ablandó las articulaciones de la mandíbula, haciendo que entreabriera la boca de labios resecos impregnados de saliva seca para exponer sus pocos dientes obcecados en las encías.
Descansó la frente en la palma ahora sí incordiada por una perlesía desatada, y se mantuvo varios minutos encorvado hasta tranquilizarse.
Las emociones que alebrestaron su corazón se diluyeron en el engranaje de su organismo. Recuperó la serenidad y abrió los ojos sólo para percibir un panorama de manchas que seducirían a cualquier pintor abstracto.
Condujo la mano al mazacote ocre que parecían sus lentes y palpó hasta ubicar el armazón que reinstaló en su rostro, luego enfocó su mirada en la estructura inerte de su gato robot Cheshire y le extrajo la tarjeta de memoria de entre las costillas apenas disimuladas por una membrana del “gel sincrético” que lo mismo fungía de piel dándole el aspecto que tendría un gato sphyns o egipcio.
La tarjeta del tamaño de un cigarrillo aplastado se envilecía con una mancha de humo, sin embargo, para Yuji representaba el alma extinta de la mascota que compartiera con él sus últimos quince años de vida, desde que falleciera su esposa y lo abandonara el último de sus hijos.
El rancio genio nanotecnológico quien en su juventud quedara obsesionado por la sorpresa de Alicia al ver una “sonrisa sin gato” porque sucede que en la vida cotidiana los objetos y sus propiedades no existen de forma independiente. De modo que se propuso sondear en el inframundo cuántico de las partículas la posibilidad de contradecir ese conocimiento trivial.
Y fue a través de un experimento que logró que un haz de neutrones corriera por una vía diferente a la vía por donde va una de sus características, el momento magnético. La conclusión fue que las partículas lucen como si estuvieran espacialmente separadas de sus propiedades. Yuji tenía bien claro que el gato del cuento de Carroll era un tipo de gozne entre el reino de los hombres y los vericuetos de la irrealidad, de modo que bastaron pocas variaciones a su experimento para dotar a su gato robot con la habilidad de desprenderse de su enigmática sonrisa; y no solo eso, también tenía la compulsión de plantear acertijos como las efigies.
Yuji todavía reposó unos segundos la mirada en la figura rígida del que fue Cheshire. Después se incorporó con dificultades y atenazó un bastón para llegar con pasos tortuosos hasta un árbol enorme aprisionado por un retén de cristal en el centro de la casa.
Ya en el lugar, el anciano se inclinó hasta un compartimento con algunas herramientas de las que extrajo una pala de jardinero. Abrió una puertita en el muro de cristal y avanzó hacia el círculo de tierra y pasto en que se encajaba el tronco lleno de insectos estupefactos.
Escarbó un rato hasta dar con algunos huesos adheridos a terrones repletos de lombrices. Alzó la cara para contemplar el follaje entre los pliegues del cielo plomizo del atardecer, y recordó cuando muchos años atrás enterró a su gato Apofis en lo que entonces era un jardín minúsculo donde se le ocurrió plantar el árbol.
Horas después Yuji bloqueó las compuertas de la nostalgia y concluyó la nueva memoria de las que nunca tenía respaldos para darles un aura de individualidad a sus robots.
Avanzó hasta Cheshire y le incrustó la tarjeta. Luego le restregó los ojos como canicas que de pronto se iluminaron mientras Cheshire soltaba un maullido de minino recién destetado al que Yuji varió su retórica mayéutica para que diera respuestas precisas cuando se le preguntara que camino elegir porque a él las cosas empezaban a impregnarse de olvido.