miércoles, 20 de mayo de 2020

Aletho

Aletho


No sé cómo llegó, no puedo explicarlo.

Ocurrió que un día apareció en el balcón, se plantó en pleno vuelo estacionario frente a la ventana y fue hasta después de escrutarme con insolencia que sus alas membranosas dejaron de aletear para posar en el piso sus delicados pies no habituados a las miserias de los suelos, fue entonces que se abrigó con sus alas y asumió un gesto de dignidad. No estaba preparado para tal visión por lo que dejé caer la taza de café que sostenía en la mano derecha y plegué los párpados en espera del colérico roce de sus alas para quedar ciego o sordo. No sucedió nada, de modo que abrí los ojos y debí restregármelos una y otra vez hasta aceptar la verdad de lo que pasaba mientras se aplacaban los brincos de mi corazón.

Con una mueca severa me musitó al oído ásperos reproches porque el cielo al fin determino deshacerse de la lluvia que cayó en ráfagas desganadas sobre el pasto y la hojarasca pero que empapó sus alas. Después del desahogo me dijo que se llamaba Aletho y entró a la casa con una actitud de familiaridad, fue así que pude ver que su cabello rojo y mojado caía hasta el entronque de sus alas. Después de secarse se acuclilló en el sillón abrazándose las piernas y desplegó sus alas que ya secas lucían resplandecientes.

Se quedó y dejé de ser umbrío porque su luz derrotó mis penumbras y mis silencios fueron ensordecidos por su voz.

Ignoro si es para siempre o por qué me eligió, y no es que sea inseguro pero la diferencia es notable: somos de mundos diferentes, ella es angelical, de rostro sereno, con muchos dones, y con alas, en tanto, yo soy adusto, de ánimo avasallado por vicisitudes y las “alas” me las cortaron experiencias infames.

Lo cierto es que se metió en mi vida de forma sosegada, sin alardes.

Su presencia trastoca todo. Ya no hay más noches de hastío, las ha colmado de sensaciones nuevas, de abrazos urgentes de cariño y henchidos de pasión, somos dos cuerpos trenzados en comunión. Supongo que no es fácil de entender, pero a mi edad me hizo descubrir sensaciones y actitudes que desconocía. Ya no hay tregua, vivo preso de la ternura, perdido en las dunas de su cuerpo.

En el jardín de la casa, antes escueto, donde solía pasar horas en solitario ahora es pródigo en flores y es también territorio donde la naturaleza nutricia le proporciona la sabia vital. Mientras recorre la floresta alterna la conversación: a veces se dirige a mí, a veces a las plantas. En ocasiones guardo silencio para verla revolotear sobre el naranjo, presiente mi mirada, abandona su tarea, da vuelta y la envuelve el amor, entonces el pecho se me hincha de orgullo; ella lo percibe, vuela hacia mí y se arrebuja a mi cuerpo.

Algunas noches mientras ella duerme con las sinuosidades del cuerpo expuestas a los elementos suelo escribir. Cada tanto giro el cuerpo para ver su torso ornamentado, está tan cerca que podría tocarla con el calor de mis suspiros. Entonces me asalta la duda, pienso que se equivocó al elegir, que podría regresar a los bosques y estar con los de su especie y me dan ganas de desbaratar todo para que ella regrese a su vida fantástica, creo que sería el mejor acto de amor que le puedo ofrecer.

Y cuando más convencido estoy ella despierta, me mira impertinente con sus ojos enormes y su sonrisa me vence. Ocurre que reconcilio la realidad con la fantasía y me convenzo de que le gusto, que algo bueno debo tener para que esté conmigo. Alargo el momento que se rompe cuando me invita a su lado al estirar los brazos. Cierro los ojos y su aroma a azhares es un imán. No me puedo negar, me acuesto a su lado y acaricio su piel donde dejó tiradas mis dudas y mis preguntas renunciando a las respuestas. En su éxtasis su bajo vientre se llena de iridiscencia, me ilumina y agita las alas, entonces me abraza con mayor fuerza y nos elevamos y ya nada nos estorba, ahora todo es ella y la acuso de tanta belleza y me dice que no hay testigos. Le reprocho su misticismo y replica mis argumentos alegando que el exótico soy yo.

Sé que no usa sus dones conmigo, pero me hace ser mejor, y no importa ya la vorágine de la vida y sus personajes abyectos.

Dicen que con la edad madura se acaba la fantasía y que lo triste de envejecer son el lastre de los recuerdos. Ella abolió esas cadenas y ya no navego más en las ondulaciones de lo incierto para cubrir el pasado con engaños. Aletho ha “zurcido mis alas” y aspiro un futuro con optimismo.

Sé que la traiciono porque vacío en letras y símbolos este amor tardío, tangible, pueril, enigmático y firme porque amalgama dos realidades.

Expresarlo podría dañarlo. Mas, nunca se sabe, tal vez por el contrario y un eco devuelva esta declaración con sonidos inteligibles para ella o tal vez regrese en forma de cierzo cálido que le abrigue el alma.

 

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