miércoles, 2 de diciembre de 2020

 


Para esta oportunidad participo con un cuento de ficción filosófica que es el género que más disfruto. Espero les guste también.


Fatum

Hay un sitio mágico en la cordillera Neovolcánica en el altiplano de México. Se trata del cerro del Yolo: una roca ígnea que sobresale del resto del lomerío. Se llega a él por una senda entre dos fragmentos de montaña que es mera roca tajada. Se dice que, si te postras con humildad durante la noche, experimentarás la naturaleza infinita del destino, pero sobre todo podrás atestiguar la presencia de un ser mítico en forma de esfinge.

La cima solo es accesible por una ladera que el viento y la lluvia erosionó a través del paso de los años donde afloraron derruidas representaciones de ermitaños en marcha ascendente. No es de extrañar que esas formaciones naturales engendraran leyendas fantásticas: se especula que en el cerro habita el diablo, de modo que, muchos se aventuraron para comprobar la certeza de esa leyenda. Cuentan también que la mayoría no regresa porque al llegar a la falda del cerro se les aparece una serpiente en forma de bella mujer que les pide ayuda para cruzar el riachuelo, pero sentencia que por ningún motivo volteen a verla. Los que han sucumbido a la tentación quedaron convertidos en piedra; así es como explican la forma humana en algunas rocas.

Después de muchos años regresé a mi pueblo que está próximo a ese cerro con el propósito de subir a la cima, y con suerte, visualizar la criatura mítica. Cansado de vestir trajes ajenos volví a mi origen para sellar las fisuras por donde mi esencia se diluía.

Con el tiempo se han perdido en mi cabeza los argumentos esgrimidos para convencer a algún guía que se atreviera a acompañarme en el ascenso durante la noche, tampoco tengo presente los avatares para arribar a las estribaciones del lomerío. Sólo se ha fijado en mi mente el ascenso por la ladera de los ermitaños en una noche cuajada de estrellas, del guía solo recuerdo que deslizaba los dedos derruidos en las formaciones rocosas invocando su benevolencia.

Luego, se me presentan detalles cuando a la mitad del avance el guía se me perdió con todo y tea entre las piedras vastas, pero no tuve tiempo de sentir miedo de quedarme solo y a oscuras, pues un núcleo luminoso como un montón de luciérnagas entrelazadas de las patas se mantuvieran ante mí, parpadeando cual si fuera una orden para que las siguiera.

Llegué a la cúspide y el frío me calaba hasta las orejas que tenía cubiertas con un gorro pasamontañas. El silencio se interrumpía por el frémito del viento que sacudía las ramas de los árboles que se localizan cuesta abajo. A lo lejos se veían las luces del poblado y alrededor de mí nada que no fuera los ruidos normales que ocurren durante la noche en un cerro. Cerré los ojos y evoqué las razones por la que estaba allí y entendí mi falta de humildad y las piernas se me aflojaron como trapo y caí de rodillas desparramado.

Aunque tenía bien claro que el ente solo aparecía con una referencia fonética que yo desconocía ocurrió algo extraordinario: y no es que se hubiera materializado en forma gradual un ser de rostro pétreo de ojos crueles que me hiciera bajar los párpados de temor y solo abrirlos para arrostrar a un monstruo tajado de los mitos.

Lo que ocurrió fue que me envolvió una sensación apacible por lo que busqué una postura más cómoda, entonces perdí la percepción del tiempo y el espacio, y mi mente solo era una cuerda tensa que vibraba por el magma difuso de energía que me circundaba, tragué saliva y empecé a hablar con el cuerpo estremecido por el temblor de los nervios, con todo, logré expresar que con el paso de los años solo una cosa me atormentaba y al hablar la voz se me quebró y tuve la impresión de que alguien, al que no veía, me miraba con infinita piedad y perdí el sentido. Cuando desperté, si es que en algún momento quedé dormido, me sentí liberado, me había perdonado a mí mismo, y sentí como si una membrana cósmica me envolviera y me musitara al oído. Después toda esa energía se difuminó y las sensaciones físicas retornaron a mi cuerpo.  

De modo que ahora sé que el ente elige a los hombres que habrán de experimentar la vivencia mística. Pero aquellos elegidos por el Fatum nos negamos, como estigma, a compartir la verdad con el vulgo porque puede resultar demasiado para la indigna comprensión convencional, por ello son pocos los premiados por la conciencia de la entidad ubicua de estirpe ignota que atestigua el comportamiento humano.

Por tanto, son erróneos los testimonios sobre ella, pues provienen de pusilánimes que al no obtener acceso sólo imaginan fantasías sobre seres diabólicos y le adjudican al ser mitológico un carácter enigmático y una compulsión a plantear enigmas inextricables. Tampoco es fidedigna la figura de granito en forma de esfinge ubicada en las estribaciones fosilizadas y que fue tallada por algún escultor de quien solo quedó el epíteto: el elegido.

Tampoco puedo dar detalles del aspecto de la entidad pues según entiendo no tiene necesidad de presentarse en forma física, solo dio respuesta a mis dudas, pero si alguien pudiera hurgar en los vericuetos de mi mente no descubriría una imagen, sino un “diálogo” continuo con la entidad, quien susurra a los elegidos sobre la futilidad de la existencia humana.