Perseverancia del pasado
Ocurrió en la época cuando la humanidad dejó de evocar
recuerdos. Yo era casi un niño cuando eso pasó. Hicieron que nos desarraigáramos
del pasado en favor del presente, en donde todo se volvía nuevo y único.
Para recordar la sustracción de recuerdos que aquella
generación padeció se construyó en cada capital un Museo de la memoria perdida.
El de Praga exhibe una de las máquinas que producía un sonido de alta
frecuencia apenas perceptible al oído humano. Ese zumbido se convirtió en el
nuevo silencio y fue el causante de provocar la desconexión entre la memoria de
corto y largo plazo.
La mayoría de museos contienen objetos personales que eran
utilizados para recordarse cosas simples, como los nombres de los familiares, de
las mascotas, o los deberes del hogar. Los nombres propios se los recordaba un
celular que también les indicaba el lugar de su trabajo y la ruta a seguir. Hay algunos diarios que recogían los avatares del
día a día. Su memoria de papel.
El museo de la Ciudad de México exhibe un documento
diferente, de importancia capital en mi pasado. Se trata de la carta que un niño escribía a su padre. El pequeño no tendría más de
doce años y por alguna razón no había sido afectado por el “zumbido” y mantenía
sus incipientes recuerdos, es posible que él no fuera el único, pero él tenía
el prodigio de encontrar los recuerdos extraviados entre la bruma oscura de los
cerebros de los demás con tan solo ver a los ojos a las personas.
Llegué al museo con el deseo de encontrar algo de mí, me
animaba el presentimiento de que se tratara del mismo niño que me dio el único anclaje
con mi pasado. Con entusiasmo leí en la tarjeta que él había vivido en el mismo
lugar que yo.
Lo primero que imaginé al leer el inicio de la carta fue
que escribía a un padre que ya no recordó como regresar a casa, pero el final
es esclarecedor; muestra una verdad menos consoladora para ambos.
“Papá te escribo para que sepas de nosotros y yo de ti
si algún día el zumbido también se lleva mis recuerdos. Si estuvieras aquí,
todo sería más fácil…”
En las primeras líneas no hay ninguna sorpresa, son los
deseos limpios sin amaños ni acomodos de un niño.
“Hoy en el parque vi a un señor que tocaba
la flauta, me quedé a escuchar y me invitó a intentarlo, mis dedos son gordos y
torpes, no pude. Entonces caí en cuenta de que algunas cosas no las olvidan,
como tocar música, leer, escribir o fumar. Por fortuna mamá no olvida hacernos
mimos.
De a poco nos entera como vive entre los
olvidos de los demás. Y de pronto devela su talento:
“Te cuento un secreto, cuando miro a los
ojos a alguien la cabeza me burbujeas como una gaseosa y veo sus recuerdos y
puedo hacer que ellos los recuerden también; a mi hermanita Lily que ya tiene nueve
años todos los días le ayudo con su memoria, a mamá también, pero no mucho
porque si intuye que soy yo se asustaría…”
Mantiene la inocencia y, sin embargo, procura
que su familia sea feliz. La felicidad era lo más reaccionario en un mundo de
nostalgia por un pasado que no recordábamos.
“El otro día llovió por la tarde y ni Lily
ni mamá recordaban la lluvia. Mi hermanita y yo chapoteamos en los pequeños
charcos que se formaban en el césped, nos divertimos mucho. Mamá también estuvo
feliz, se asomaba detrás de la ventana con una taza de café que se enfriaba en
sus manos, la humedad y el vapor del café empañaron los vidrios; entonces
deslizó el dedo sin figurar nada y fue ahí cuando le gravé tu nombre y lo
escribió, sonrió y se vio más bonita”.
Sin saberlo, no tenía que saberlo, nos revela
que aquello que llaman memoria del cuerpo se mantuvo inalterada, al menos en su
madre:
¿Sabes papá? Aunque mamá no sabe de ti, en
alguna parte de ella te recuerda porque por las noches sale a fumar y piensa en
blanco, tal vez buscándote en alguna parte de su cabeza, y se abraza y estremece.
Si alguna vez todos se curan de este mal, regresa a casa, aquí todos te amamos,
estoy seguro.
Leí con emoción desbordada la descripción de
nuestro encuentro:
En una ocasión encontré a un joven que
mantenía en sus manos una fotografía; en ella aparecía un hombre con las manos
embutidas en los bolsillos del abrigo, una mujer también guardaba su mano
derecha en el abrigo del hombre y en la otra mano llevaba a un niño que los miraba
con admiración. Intenté recobrar ese momento en su memoria, pero estaba vacío
de recuerdos, busqué en lo más profundo de su mente y no encontré nada y me dio
miedo el abismo que era su interior. Entonces tomé una decisión y volví a
sentir miedo y frio y después calor y felicidad y otra vez… miedo… por la decisión
que había tomado: incrustar un recuerdo que no le pertenecía, tal y como me
metí tu recuerdo...
Toda la escala de nuestra experiencia emocional
está cargada de recuerdos y aunque no son precisos son nuestra única realidad y
los que yo tenía de mi pasado no eran reales. Sin saber quién fui, ahora no
puedo saber quién soy.
900 palabras sin incluir el título.
Un relato muy melancólico, Alfredo, recorrido por un poso de tristeza que culmina en esa frase final tan cierta y demoledora. Me ha gustado mucho. Muy original también el fondo de la historia. Felicidades y mucha suerte.
ResponderBorrarUna historia distópica muy bien llevada y con muchos matices.
ResponderBorrarUn saludo y suerte.
Gracias, Alfredo, por participar con este relato en el homenaje a Roald Dahl y su Matilda. Un abrazo y suerte!!
ResponderBorrarHola Alfredo. Un relato muy bien llevado y duro, bien duro, pues parece que dibujas la meta oscura hacia la que van dirigidos nuestros pasos. ¿Algún día nos veremos sin recuerdos? Al ritmo precipitado al que vamos no me extrañaría en absoluto.
ResponderBorrarUn magnífico relato de Sci-Fi, a la manera de los grandes como K. Dick o Scott Card.
Te deseo mucha suerte en el concurso. Un saludo.
Una propuesta muy interesante, Alfredo. Me gusta la idea de fondo y la forma elegida para contarla.
ResponderBorrarUn saludo.
Caray. Una vida recuerdos y la cualidad de poder crearte unos nuevos. Claro que, ¿entonces dejas de ser tú para convertirte en otro? Original hasta el final. Suerte.
ResponderBorrarSaludos
¡Hola!nos presentas un relato muy original basado en un futuro distópico que ojalá nunca tengamos que vivir. Me parece que el argumento daría para una serie. ¡Suerte en el Tintero!
ResponderBorrarPerder nuestros recuerdos nos convertiria en otro tipo de ser, ya no seriamos humanos. Menos mal al menos este chiquillo por algun azar que no entiendo muy bien conserva su memoria intacta.
ResponderBorrarNo sé como clasificar tu relato, apreciado Alfredo, pero desde luego, es impactante, original y da para la reflexión, como mínimo. Si nos “roban” la memoria se pierde la esencia del ser humano.
ResponderBorrarBien escrito, narrado en un tono serio que no da para diálogos que lo aligeren de su gravedad, pues se habla de un acontecimiento vital, la memoria histórica de la humanidad, que pasa por la memoria individual.
Me parece adecuada las dos voces que has elegido para contar,(una doble corriente narrativa): la del niño, sencilla y emotiva, y la voz del narrador, un cronista de los sucesos acaecidos, ( seria, casi fría, sin concesiones al sentimentalismo… hasta que se desborda la emoción en la descripción del encuentro de ambos)
La conclusión final cierra con broche de oro tu magnífico relato.
Muy buen trabajo, Alfredo, te felicito.
Esto sucede en "realidad". Ojalá los niños como este pudieran ayudar a los demás. Un relato para reflexionar y muy interesante. Un abrazo, Alfredo.
ResponderBorrarHola Alfredo. Un relato muy original y diferente. Buen trabajo. Un saludo.
ResponderBorrarHola.. excelente relato que provoca cierta inquietud y llama a la tristeza por lo que simboliza. La ultima frase resume todos los sentimientos que despierta la narración y ese "Sin saber quién fui, ahora no puedo saber quién soy" deja a consideración el implícito "y no hay SERÉ posible"... gracias por compartirlo, me ha gustado mucho. saludos
ResponderBorrarHola Alfredo, ni me imagino lo que es que una máquina te vacie de recuerdos con un sonido ensordecedor. Es un texto reflexivo, donde aparece un protagonista para darle magia a las palabras, un niño clarividente. Este niño te hace más cercana si cabe esa reflexión. Y un final con matices filosóficos. Gracias. Un abrazo.
ResponderBorrar¡Hola, Alfredo! Un relato precioso y emotivo, me ha gustado muchisimo. El tono reflexivo, las dos voces... todo hace que sea muy bonito y triste a la vez.
ResponderBorrar¡Nos leemos!
Se presiente un drama olvidado, una angustia infinita al haber perdido unos recuerdos necesarios para tener una identidad y saber de donde se viene.
ResponderBorrarLa carencia de ellos nos hace naufragar una y otra vez en océanos de nada.
Un relato muy melancólico.
Un abrazo.
Hola, Alfredo. Un cuento el tuyo que nos lleva a reflexionar, algo que en nuestra propia sociedad esta cayendo también en desuso. Tenemos que ser superficiales si no queremos precipitarnos en el profundo abismo del pensamiento. Saludos y suerte 🖐🏼
ResponderBorrarHola, Alfredo. Un relato conmovedor. Desde la carta nos va develando el interior rico en sentimientos de ese niño. El final tiene un remate genial, y es que creo que somos un poco lo que queda de nuestros recuerdos al pasar por el tamiz del tiempo.
ResponderBorrarUn abrazo
Hola Alfredo, que situación tan triste por lo que encierra, ese niño en busca de sus recuerdos y al perderlos tener que recurrir a una máquina para recuperarlos es terrible, es lo último que nos puede pasar a los humanos.
ResponderBorrarUn abrazo
Puri
Definitivamente espectacular. Con una gran profundidad y digno de ser utilizado para la reflexión. Cuando dejemos de pensar, nos robaron nuestros recuerdos e identidad. Abrazos virtuales desde Puerto La Cruz Anzoátegui Venezuela.
ResponderBorrarHola, Alfredo. Casi me quedo temblando con este relato tan profundo. Impresionante. Es para leerlo varias veces y cada una de ellas encontrar distintos matices. Perder la memoria es lo peor que puede pasar a una persona, a una sociedad. No sé porque, pero me parecía un que se describía un estado nebuloso, una alegoría del Alzheimer. Estupendo relato. Un abrazo.
ResponderBorrarHola Alfredo una distopía muy original, un mundo enfermo de amnesia, en el que únicamente un niño es capaz de escarbar en la mente de los demás. Un relato impresionante, porque somos en esencia memoria, sin ella desaparecemos, genial. Saludos, un abrazo y suerte en el tintero¡¡
ResponderBorrarHola Alfredo. Tu relato me ha dejado impactada. Lod dos primeros párrafos pensé que no habías tenido en cuenta para nada la premisa de partida pero luego ni pensamiento dio un vuelco y pensé que no podía estar más acertado. Es brutal el tema, la forma de desarrollarlo y el mensaje que encierra. Una distopía de lo mejor que he leído.
ResponderBorrarUn abrazo y mucha suerte.
Hola Alfredo. Has creado una realidad en la que nos roban buena parte de nuestra esencia, pues el presente no es mas que un instante fugaz y el futuro nunca llega, pues se convierte en presente en cuanto es alcanzado. Tan solo el pasado, al que nos mantenemos ligados por los recuerdos, es lo que permanece. Sin embargo a estos súbditos de un poder superior se les niega el recordar, perdiendo su esencia como seres humanos, tal como se sentencia al final del relato. Una realidad distópica bien fundamentada, contada a través de las palabras de un niño y de un adulto que no es capaz de encontrarse a si mismo. Buen relato. Un abrazo.
ResponderBorrarHola,Alfredo. Estupendo e inquietante relato. Un mundo distópico sin memoria del pasado, únicamente el presente,porque el futuro no existe hasta que se hace presente.Un recuerdo falso incrustado en un cerebro en blanco provoca esa fantástica frase final que cierra el relato: "sin saber quién fui, ahora no puedo saber quién soy". Me parece un magnifico relato por la forma y por el fondo. Te felicito. Un abrazo y suerte en el Tintero.
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