Conciencia
Esta lucha por fin me ha fraccionado. Supongo que no soy el único, tal vez también otros efectúan la batalla interna e interminable que sin importar que parte gane siempre se pierde. Mi conflicto surge entre la emoción y la razón. Tengo la costumbre de analizar lo que siento; de convertir las cosas equivocadas en justas.
La pelea más reciente fue definitiva, la espada de democles me dividió en dos. Hace un par de noches, aprovechando que mi esposa estaba de vacaciones, fui a un bar al salir del trabajo. El ambiente jovial en el lugar me hizo sentir incómodo, de modo que busqué refugio en la barra. Mi reducto solitario duró poco, pronto estuve rodeado por la tribu juvenil, en su mayoría hombres, pero también había féminas que sin pudor reposaban sus frondosos senos sobre los que estábamos en la barra con tal de estar en el bureo.
El pequeño espacio se abarrotó para ver a la “bar ténder” que en forma espectacular preparaba bebidas, era una malabarista con las botellas y vasos para crear cócteles. Apenas la vi fui atraído al igual que una polilla nocturna cae fascinada por la luz.
No fue el conjunto de sus atributos de belleza lo que me atrajo, fueron sus ojos tántricos. Qué le gustó de mí, no me lo explico, tantos jóvenes atractivos y me eligió a mí. Antes de salir del local escribió en una servilleta: “soy Jhumpa, llámame” y agregó su número telefónico.
Al estar en casa gran parte de la noche la conciencia empezó a reprobar mi conducta, a cuestionar mi falta de madurez. Al otro día busqué la servilleta, la desdoblé y al leer “Jhumpa” sus ojos fueron todo lo que mi mente pudo visionar. Fue hipnótico, cuando reaccioné ya había acordado una cita con ella.
Desde luego vino el reproche, el arrepentimiento y la prudencia. Mi proceder había sido deleznable y debía rectificar. Veinte años de matrimonio y de fidelidad, aunque debo reconocer que no ha sido por amor. Excepto con mis hijos, vuelco mis afectos a cuenta gotas y suelo marcar distancias para no llevarme decepciones.
Las siguientes horas fue una lucha entre una parte de mí que pedía una oportunidad, quería sentirse viva y libre, y otra que llamaba a la cordura. De a poco la parte “emocional” fue ganando terreno, dediqué excesivo tiempo en mi arreglo personal. Llegada la hora en que debía salir para llegar puntual a la cita el debate interno se extremó, era tanta la división que de pronto la parte emocional tomó control de mi cuerpo y abandonó la conciencia sentada en el sofá. Me vi tomar las llaves del carro y salir.
La conmoción inicial dio paso a una extraña sensación de ingravidez, como de flotar en el agua o estar en una burbuja. Debía frenarme, así que me seguí, me vi bajar las escaleras a brincos juguetones y chiflando una melodiía; me dio alegría ver esa parte de mi tan feliz. Desde el otro asiento me observaba cuando iba conduciendo, estaba tan ilusionado, liberado del yugo de la conciencia.
Mi parte física se encontró con la chica a dos cuadras del lugar de reunión, se saludaron de beso en la mejilla y ella se colgó del brazo recargando su cabeza en… debo decir “mi” hombro con una familiaridad que me resultó chocante. Cuando enderezó la cabeza noté que era ligeramente más alta que “yo”, a pesar de no usar tacones altos, y que tal vez por un gesto amable reclinaba la cabeza en posición incómoda. Ese detalle suavizó mi apreciación de ella.
En el restaurante me observé a media distancia para captar los detalles, mi conducta era despreciable, una cosa era que fuera amable y otra muy distinta que me desbordara en atenciones. Algunos mimos no formaban parte de mi ser por considerarlos cursis y en una primera cita los practicaba como adolescente enamorado.
El cachondeo subió de tono en la habitación de un hotel. De improviso me sentí atrapado en una escena de voyerismo, pero no podía dejar de ver en mí una pasión inédita que seguramente yo (la parte consciente) coartaba, en ella su entrega era espiritual, cada movimiento que repetía era como un mantra corporal y sus ojos bengalíes tenían un brilllo Védico.
Era la primera vez que veía mis gesticulaciones al copular. En el momento del clímax llegó el orgasmo y mis gestos adquirieron un rictus de dolor y sufrimiento, iba a darme risa lo cómico de mi cara, pero me detuvo el comentaro de Jhumpa “¿Por qué no te entregas por completo? Hay algo de ti que se rehúsa a estar conmigo”. Estuve a punto de acercarme y participar, pero me “vi” como la abrazaba con celo.
De regreso a casa me seguí de cerca, con preocupación comprobé que mi otro “yo” el emocional sin la parte consciente era una mejor persona, es decir, tenía detalles no muy comunes en mí: di dinero a un indigente, ayudé con unos bultos a una señora que caminaba con dificultad y en el edificio saludé al portero con amabilidad.
De regreso en casa, aún separados reflexionaba sobre el hecho tan bizarro, y me preguntaba si es posible que una parte estorbe a otra para ser mejores, Y cuando estaba a punto de aceptar que mi parte emocional era la mejor me advirtio que por nada iba a compartir a Jhumpa conmigo.